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Historia de los abogados

Se actualizó el 24/10/2022 por José Martín García

Breve historia de la abogacía

Los primeros indicios de la abogacía los podemos encontrar en la Grecia Antigua, en los oradores de Atenas, quienes se enfrentaban a diversos obstáculos legales y administrativos: por un lado, la ley exigía que las partes se defendieran a sí mismas; y por otro lado, estaba prohibido cobrar una cuota por ayudar a cualquiera de las partes.

Como tal, la figura del abogado no existía, y se limitaba a elaborar alegatos para su uso en los juicios.

Asimismo, no había expertos en la ley que presidieran los juicios, de tal modo que era la retórica el recurso que se usaba en estos.

La primera de las restricciones se podía evitar haciéndose pasar por un “amigo” del defendido, una práctica que empezó a extenderse rápidamente, mientras que la segunda restricción obligó a que los oradores cobrasen de manera subrepticia.

Por estas dos razones, en Atenas no existían abogados como tales, y la profesión no existía como tal, dado que nunca podían asistir a los juicios como profesionales de la ley.

Fue entonces en la Roma Antigua cuando surgió la figura del abogado como la de un profesional que ejercía su profesión de manera clara y legal. Sin embargo, tuvo que pasar un tiempo hasta que se instaurara la abogacía como profesión.

En el 204 A.C. se aprobó una ley que impedía a los abogados cobrar por sus servicios, por lo que los letrados ejercían su profesión igual que los atenienses: cobrando clandestinamente. Fue con el emperador Tiberio Claudio cuando se abolió esta ley, permitiendo cobrar de manera abierta. Sin embargo, la cuota máxima era de 10.000 sestercios, lo que por aquel entonces era bastante poco.

Al igual que en Atenas, inicialmente los juicios no estaban presididos por expertos en la ley, sino que se hacía gran uso de la retórica para defender a las partes.

Sin embargo, a diferencia de aquélla, Roma desarrolló rápidamente una clase de profesionales formados en materia jurídica, a quienes acudían no sólo las partes de un juicio, sino también los propios jueces.

Esta clase rápidamente creó un marco legal que pasaría a ser el derecho romano.

Por primera vez en la cultura occidental, había un grupo de personas cuya función era reflexionar sobre asuntos legales y llegar a conclusiones o redactar nuevas leyes.

Estas personas al principio eran aficionados que se tomaban la ley como un pasatiempo intelectual, pero con el tiempo y las regulaciones, pasaron a conformar una profesión aceptada y regulada, un proceso que se aceleró con el emperador Adriano.

Podríamos decir que hacia el siglo IV D.C. ya existía la figura del letrado como la conocemos ahora: profesionales formados en ley y retórica, requiriendo estudios de al menos cuatro años y afiliados a una institución análoga a un colegio.

Además, la cuota máxima se amplió hasta los 100 sólidos bizantinos, una cifra mucho mayor que la anterior, y que permitía constituirse como abogado y ganar el dinero suficiente para vivir.

Además de la figura de abogado, fiscal y juez, surgió la del notario, que redactaba escritos, testamentos y daba fe en actas oficiales, entre otras responsabilidades.

Todo esto cambió con la caída del Imperio Romano, que trajo una degradación y pérdida de las profesiones legales, entre ellas, la abogacía. La ley anterior se perdió, y hasta 1140 no había profesionales de la ley como tales, y mucho menos letrados o jueces.

Las prácticas anteriores se perdieron, y sólo se conservaban manuscritos en distintos monasterios.

A principios de la Edad Media, por tanto, la abogacía dejó de existir.

Posteriormente, surgieron individuos que estudiaron derecho canónico, con ánimo de servir en la Iglesia Católica como curas o sacerdotes. Sin embargo, entre 1190 y 1230, hubo un giro crucial en el enfoque con respecto a la profesión, y se sabe que algunos individuos se volvieron “abogados”, sin afiliarse a ningún colegio o institución (dado que no existían como tales por el momento), pero cobrando cuotas por defender a las partes en los juicios.

La regularización empezó el año siguiente, en 1231, cuando en Francia dos concilios ordenaron que quien fuera a ejercer la profesión de la abogacía se adscribiera a la institución pertinente, y debían hacer un juramento ante los obispos de su región, a fin de estandarizar y regularizar a los abogados, que por aquel entonces se adherían al derecho canónico.

En 1237, un juramento similar se instauró en Londres, y en la misma década, este sistema se extendió por Sicilia. A finales del 1250, éste era el estándar en Europa, desencadenando un proceso de regularización que afectaría a todo Occidente. Así, en 1275, el Concilio de Lyon II, se decidió que todo tribunal canónico debía someterse a juramento ante la autoridad religiosa local.

De igual modo, fue apareciendo paralelamente un derecho civil, cuyo desarrollo fue más rápido en Inglaterra, y que también se sometió a una estandarización que acabó llegando a toda Europa. En 1280 surgieron los primeros colegios, además de numerosas reformas legales concernientes a abogados: los letrados estaban obligados a defender sólo a una de las partes, no podían apelar a ninguna ley falsa de manera intencionada, y debían adscribirse a un meticuloso proceso de admisión en sus respectivos colegios.

Posteriormente, la jurisdicción Francesa tendría una larga influencia, conservándose la estructura de los juramentos en el sistema adoptado por el Cantón de Ginebra en 1816.

La estela de la ley de la Edad Media es larga, pero también se incluye gran parte del Derecho Romano que se pudo rescatar de los manuscritos de los monasterios, lo que influyó en la figura del abogado en gran medida.

Hoy día, la profesión de la abogacía no ha cambiado demasiado con respecto a la historia de los abogados, a las bases asentadas a lo largo de la Historia.

Incluso a día de hoy existe en algunas jurisdicciones la figura del procurador, que, trabajando con el letrado, representa al justiciable.

Esto es especialmente aparente en España, siendo aquella figura una en proceso de desaparición, pero que ha permanecido durante mucho tiempo inexpricablemente integrada en la Justicia española.

Por esta permanencia de nuestra herencia en materia legal resulta interesante ver qué ha cambiado y qué no durante la historia de la abogacía.

De pagos subrepticios hasta profesión reputada, se ha ido pasando por numerosos obstáculos, vacíos legales y muchas reformas hasta donde está ahora.

beccaria y non bis in idem
Cesare Bonesana, marqués de Beccaría

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